Justicia social

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    El término "justicia social" aparece por primera vez en 1840 usado por el sacerdote siciliano Luigi Taparelli d'Azeglio. Y lo precisó el pensador Antonio Rosmi­ni en su opúsculo "La Constitutione Civile Secondo la Giustizia Sociale" de 1848.
    Unos años después, John Stuart Mill en su obra "El Utilitarismo" le desarrolló con cierta profundidad. Decía entonces: “La sociedad debería de tratar igualmente bien a los que se lo merecen, es decir, a los que se merecen absolutamente ser tratados igualmente. Este es el más elevado estándar abstracto de justicia social y distributiva; hacia el que todas las instituciones, y los esfuerzos de todos los ciudadanos virtuosos, deberían ser llevadas a convergir en el mayor grado posible". Desde el interés despertado por estas ideas, se comenzó a enfocar las desigual­dades del mundo como un fallo social y no sólo una cuestión de misericordia y de compasión.
   Se entiende que las sociedades, como las personas, pueden ser virtuosas y viciosas, según su ordenamiento y su actuación. En el siglo XX esa inquietud por los desajustes colectivos en el mundo se incrementó por tres factores: explosión demográfica e incremento masivo de la población en los países pobres, explosión tecnológica que facilita las comunicaciones y la información, mayor sensibilidad social y solidaridad en muchos ambientes suscitada por los movimientos personalistas y socialistas en Filosofía, la promoción de los Derechos humanos promovidos por organismos internacionales (ONU 1948) y por la acción masiva de las confesiones cristia­nas, sobre todo por la Iglesia Católica con la numerosa difusión de documentos pontificios y conciliares.
    Entonces se entiende la justicia social como el conjunto de condiciones que permiten a todos los hombres ejercer sus derechos personales. Se reclama el respeto a los grupos (naciones, minorías étnicas, familias, confesiones religiosas, asociaciones, etc.
   Se reclaman criterios moderadores de las diferencias entre las personas, cosa que no entiende el capitalismo salvaje. Se promueven muchos movimientos que enarbolan las banderas de la solidaridad y de la fraternidad humana y cristiana, en favor de un orden social más justo, mediante la comunicación de los bienes espirituales y materiales.
    La sociedad, y las autoridades, aseguran la justicia social si crean condiciones de participación y promocionan leyes a favor de la igualdad y de la libertad.
   Se difunden consignas que van formando a las colectividades mejor dispuestas. "Que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios nece­sarios para vivirla dignamente" (Vat. II. Gaud. et Spes. 27. 1). Así se revive el mensaje Evangélico de la fraternidad en función de la presencia de Cristo en medio de los hombres: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mt. 25, 40).

 


 
   Las desigualdades escandalosas que afectan a millones de seres son opuestas al Evangelio. La justicia social mueve a luchar contra ellas y a lograr una sociedad más igualitaria. "Las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan opuestas a Dios por ser contrarias a la dignidad de la persona humana y a la paz social e internacional." (Gaud et Spes 29. 3)